El mar es un pixel: el teatro como lugar de encuentro entre pasado, presente y futuro. Honra y tecnología en un mundo de ensueño
Giorgia Ronda
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Con un grado en Lenguas y Culturas Europeas y un posgrado en Lenguas, Culturas, Comunicación, es autora de la avispada recopilación de cuentos Ronda de microrrelatos rebeldes.

Apasionada de literatura y artes en su totalidad, ha redactado columnas para una revista cultural y, con su primera novela, procura compaginar el desacierto y la insania, a través de un estilo escueto y ampuloso al mismo tiempo. 

En 2023, participó por primera vez del Festival CulturaUNAM. 

Existe la honra. De entre todos los riesgos, nunca mi nombre. 

El Festival CulturaUNAM, en el marco de su cuarta edición, celebró el teatro desde todas sus perspectivas, concibiéndolo como lugar de encuentro entre distintos temas y etapas temporales por un lado y diferentes géneros por otro. A este propósito, El mar es un pixel se inscribe en la oferta cultural del Festival gracias a su clarividencia, por su capacidad para condensar las preocupaciones contemporáneas en cien minutos de magia teatral. 

Del 9 de octubre al 30 de noviembre, en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón (UNAM), se podrá disfrutar del espectáculo de David Gaitán, autor y director de la pieza, con la colaboración de: Hernán del Riego, Daniela Arroio, Verónica Bravo, Michelle Betancourt y Emmanuel Lapin; junto con la producción de Teatro UNAM. 

ENTRAMADO Y SIGNIFICADOS DE LA OBRA

En un montaje plagado de vértigo, aspiración ensayística, sentido del humor y lujos lingüísticos, cinco personas en escena trazan una parábola que -sostenida por la honra y la tecnología- activa dilemas contemporáneos mientras caminan sobre la frontera que divide al privilegio del veneno.

Como bien se evidencia en la introducción de la obra, honra y tecnología entablan una valiosa conversación a lo largo de todo el espectáculo, a la hora de reconfigurar la vida en la sociedad y abordar el diálogo entre pasado y futuro. En el presente de la obra, una lista emerge frente a la iglesia del pueblo y, a la vez, arriba del escenario, cinco protagonistas experimentan cambios drásticos y repentinos en sus cotidianidades, tras la aparición de un misterioso juguete en la casa de cada persona. Acto seguido, tanto sus hábitos como sus anhelos y deseos, se ven alterados y reflejados en nuevas oportunidades para ver el mundo. 

La dramaturgia y puesta en escena de David Gaitán pretenden una especie de ciencia ficción anacrónica: la obra parece ocurrir en un tiempo anterior, con personajes que miran el mundo al compás del presente y con alertas constantes sobre lo que nuestro futuro inmediato podría deparar. 

Más precisamente, la historia, cuyo desarrollo parece extemporáneo, pone de manifiesto la dualidad narrativa acerca de cómo las apariencias y los avances digitales pueden llegar a determinar la manera en que los individuos perciben sus acciones o toman la palabra. El tema de las apariencias, por ende, más allá de estar relacionado con el de la honra, hace patente la inextricable conexión entre el vocerío popular y la construcción de la identidad, positiva o negativa. 

Por consiguiente, el hecho de que la palabra mida la honra o la vergüenza, implanta la necesidad de ver, contemplar y, por tanto analizar, el mundo según los estereotipos típicos de un lugar alambicado y reducido, en términos de espacio. La pieza nos invita a recapacitar sobre la importancia que las apariencias difunden a nivel social y formativo, subrayando la falta de un enfoque objetivo a la hora de moverse por el escenario de la existencia humana. 

A medida que la obra progresa, sin embargo, el ambiente se convierte en una superposición temporal de momentos y acontecimientos, puesto que el extraño objeto que escolta la curiosidad de los protagonistas pone de relieve su afán por establecer una correspondencia experimentada con el inédito juguete. 

Las relaciones que las personas entablan con el mismo -de la admiración, al odio, al erotismo, a la sumisión- van moldeando el horizonte aspiracional. 

Entonces, es como si el trebejo encerrara la metáfora del avance tecnológico: algunas personas admiran el progreso digital, otras no consiguen adaptarse y terminan por detestarlo. Asimismo, hay individuos que son seducidos por la tecnología, con su poder atractivo y embriagador, otros que son sometidos por la misma, hundiéndose en el peligroso abismo de la involución. 

El mar es un pixel reúne, además, referencias escénicas y literarias sumamente relevantes: de Jean Genet a Samuel Beckett, pasando por Pedro Calderón de la Barca. De la imposibilidad para discernir la realidad de la ficción, típica en la trayectoria de Genet, a la ausencia de un entramado nítido y definido en el imaginario de Beckett (máximo representante del teatro del absurdo), la vida humana se inserta en las arenas movedizas que caracterizan el umbral temporal de la obra. 

Paralelamente, el movimiento estático de los protagonistas en escena invalida sus aspiraciones, en la eterna búsqueda de la honra por un lado y de un diálogo más o menos fructífero con la tecnología por otro. Una eterna búsqueda que nunca parece realizarse (nunca mi nombre). 

Finalmente, la tercera dimensión que inunda y domina la obra es el profundo convencimiento de que la existencia entera es una ensoñación. Como bien escribía Calderón de la Barca, en un juego entre concreción e ilusión, la vida es vacilación que oscila, oscilación que vacila. 

El mar es un pixel, por lo tanto, muestra y demuestra las maneras en que el teatro remite al universo narrativo que forja nuestra identidad. 

Toda la vida es sueño. Y los sueños, sueños son. (Pedro Calderón de la Barca)

Créditos: 

(Imágenes de la obra durante su estreno en el marco del Festival CulturaUNAM, 2025)

Bibliografía:

El mar es un pixel, Programa de mano digital, 2025 (teatrounam)