Hugo Hiriart
más allá del autor polifacético
Claudia Llaca
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“...me gusta una metáfora donde se use la palabra ‘escolopendra’ y que se aviente arroz en las bodas y cómo se sacuden el agua los perros mojados e imaginar cómo podría ser la tierra si no fuera redonda. Me gusta tomar complejo B y los caballos de carreras de patas finas y el timbre del violonchelo y Arturo de Córdoba en papel de loco y la manera de caminar de las palomas, moviendo la cabeza hacia delante y hacia atrás. Me gusta la palabra ‘pingüino’ tanto como el contoneante trozo de realidad que nombra.” 

Así cierra Hugo Hiriart su imperdible texto “Autorretrato”; por supuesto, este breve párrafo dice mucho más sobre él, que el típico texto que se encuentra copiado y pegado ad infinitum en internet: “polifacético autor que desde hace más de 50 años ocupa un lugar singular en la cultura mexicana como dramaturgo, ensayista, pintor y guionista.” Como buen dato digital, es correcto, pero poco preciso, porque lo cierto es que a Hiriart, el epíteto de “autor polifacético” le queda corto. 

En 1972, el licenciado en filosofía por la UNAM, Hugo Hiriart, era el reciente ganador del premio Xavier Villaurrutia por su novela: Galaor. En la misma época, el teatro en México atravesaba un cisma que buscaba romper con la hegemonía de la corriente realista y didáctica de los 60, caracterizada por su intensa crítica social y militancia política. La UNAM decidió entonces construirse como un espacio decisivo para generar una renovación a través de su Dirección de Teatro, del Centro Universitario de Teatro (CUT) y el Teatro Juan Ruiz de Alarcón. Este fue el escenario perfecto para que Hiriart combinara su agudo pensamiento filosófico con una inagotable imaginación, y desarrollara un teatro que renovó la escena universitaria en los 80 y 90, al incorporar recursos plásticos y escénicos poco convencionales.

            “Hugo inició como un explorador de formas que se insertó desde el teatro de objetos y títeres, porque este se prestaba mucho a la fantasía y correspondía a su interés por estas formas muy lúdicas y libres que tienen sus relatos: mezclando un poquito de filosofía con otro poquito de historias, empieza a jugar en escena con títeres monumentales y pequeños”. –cuenta Luis Mario Moncada, director de Teatro de Bellas Artes, a propósito del homenaje que el Festival CulturaUNAM le rendirá a Hiriart en 2025. “El suyo no es un teatro de títeres, pero tampoco es un teatro formal afiliado a alguna corriente. De ahí lo que decía José Ramón Enriquez sobre qué Hugo formaba parte de la generación de los ‘raros’, de los ‘inclasificables’. Pienso en obras como Minotastasio y su familia (1981), El tablero de las pasiones de juguete (1983), Ámbar (1986), que son muy lúdicas y divertidas, pero poseen referencias intelectuales muy sofisticadas que no todos captan. No lo veo como un hombre de teatro propiamente, sino como un artista integral, un filósofo creativo que tomó de aquí y de allá, y que en un momento dado encontró en el teatro un gran juguete para expresarse.”

Quizá fue justamente la falta de rigor académico y técnica teatral de Hiriart lo que le permitió iniciar desafiando por completo las reglas: “Desarrollé, desde la primera obra, un sistema que consistía en que yo empezaba a escribir y luego ensayábamos sin que estuviera terminada. Entonces yo iba metiendo y sacando cosas. Creo que ese es el método adecuado para hacer teatro.” –narró Hiriart en una entrevista reciente. El dramaturgo siempre apostó por lo esencial y desde ahí planteó también ideas revolucionarias para la época, como reducir al mínimo el tamaño de las producciones (1987) y afirmar que el texto está al servicio del espectáculo y no al revés (1990). 

Con todo, es la frase: “Creo que la risa es muy superior a cualquier cosa seria” -que también apuntó Hiriart en la mencionada entrevista, la que posiblemente revele el verdadero corazón de su obra: el humor, que el autor utiliza como una clave estética y filosófica que le permite utilizar la parodia como herramienta crítica y le ayuda a traducir conceptos filosóficos al lenguaje coloquial. “Esto sólo lo puede hacer alguien que tiene la capacidad de vislumbrar un concepto –señala por último Moncada– Hugo es capaz de fabular y al mismo tiempo entregar una reflexión muy profunda, que tampoco es de fácil digestión. No te dice: ‘La moraleja es esta’, sino que te deja girando… y esa es su gran capacidad.”