Bajo la sugestiva lluvia que cayó el domingo 5 de octubre en la Ciudad de México, en el Foro Universitario de Teatro, el gran clásico de Oscar Wilde, De Profundis, hipnotizó a toda la audiencia, entre rostros visiblemente emocionados y aplausos que resonaron durante largos minutos.
La poesía de las gotas de agua chocando contra el techo sugirieron y enfatizaron al mismo tiempo la componente dramática del monólogo de Wilde: el dolor y el descubrimiento, desgarrador, del aislamiento, físico y metafórico, del protagonista. A este propósito, es menester señalar la fuerza visual del contraste entre luz y sombra, que va de la mano de la antítesis amor-odio a lo largo de toda la obra.
La voz de Girard domina el Foro desde la oscuridad, tomando, literalmente, la palabra, tarareando una canción, en las escaleras del teatro, hasta entrar a la cárcel.
El escenario se configura como un espacio intrincado y ahogador que reprime e impide el florecimiento humano y la proliferación literaria del protagonista, en su reiterado afán por recuperar sus rasgos identitarios y creativos. Un libro, una alfombra desgastada y un taburete son los únicos objetos en la escena, delimitados por unas rejas negras que hacen que el perímetro de la celda aparezca aún más pequeño y enrevesado.
Ahora bien, la prisión redefine la percepción de Wilde respecto a su producción literaria, obstaculizando su capacidad para la creación y la imaginación, desde una perspectiva moral, según la sociedad de la época. Por consiguiente, la denuncia social por parte del reconocido escritor irlandés reside en su necesidad de apropiarse nuevamente de su única y verdadera esencia: la vocación artística.
Entonces, ¿la prisión física es también prisión artística? ¿Existe una frontera, por más borrosa que pueda parecer, entre sentencia moral y creativa? El dolor de Girard refleja, como si fuera un aguacero interminable cayendo sobre el alma del autor, las injusticias morales padecidas por Wilde, en tanto blanco privilegiado y escandaloso según la mentalidad de la época. En otras palabras, la superficie angosta y restringida de la cárcel afecta al ser humano, despojándolo de sus connotaciones identitarias por un lado y reduciéndolo a mero número, por otro.
La pérdida del nombre ameritaría reflexiones ulteriores: ¿cómo hacer para desempolvar la autoridad literaria, destacando Wilde por ser uno de los escritores más importantes de toda una contingencia histórica y social? ¿Cómo hacer para seguir escribiendo, después de la cárcel?
El recorrido de la literatura es como si fuera un péndulo, oscilando constantemente entre amor y odio, luces y tinieblas. Es la primavera que vuelve a florecer después del invierno, es el ruido ganándole al silencio, o mejor dicho, el odio dándole su brazo a torcer al amor. No es casual, además, que Girard abandone el escenario en el desenlace de la obra, abriendo paso, así, a interpretaciones hermenéuticas de la carta de Wilde.
Las tres funciones en el Foro Universitario de Teatro, en la Universidad Nacional Autónoma de México, marcaron un antes y un después en la trayectoria de Josselin Girard. Su destino, como si fuera por arte de magia, la misma que vivimos disfrutando de la obra, se entrelazará para siempre con las estrellas del texto de Wilde, cuya luz seguirá alumbrando cada escenario que recuerde y conmemore su historia.
El mismo Festival CulturaUNAM fue teatro de la inmejorable devolución de Girard, quien ha sabido consolidar su éxito en el otro lado del mundo. Asimismo, la herencia estética y artística de la pieza de Wilde resiste al tiempo, inscribiéndose en el cielo luminoso de la literatura universal. Es por eso que, la tarde del 5 de octubre, el magnetismo de Girard con De Profundis, cautivó al público de principio a fin, ejerciendo su hechizo más encantador.
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