De Profundis: un pequeño adelanto de la obra antes de que cobre nueva vida en la Ciudad de México
Giorgia Ronda
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En un vertiginoso juego de luces y tinieblas, el actor francés Josselin Girard pone, tanto en escena como en tela de juicio, la iniquidad de la existencia humana. 

¿Cuán relevante es la influencia social a la hora de encementar la identidad individual? ¿Puede la literatura erradicar el desprecio? 

En un pequeño teatro de Francia, escondido entre las calles estrechas y empinadas de un pueblo que respira arte en su máximo apogeo, pude entrever la respuesta.

Como si de un espectáculo se tratara, me resulta imprescindible dividir mi disertación en distintos y contundentes actos. 

Para empezar, la dualidad blanco/negro señala la necesidad imperante de ejemplificar el contraste entre bien y mal, vida y ausencia de la misma, en su significado más metafórico. Es más, el tamaño del escenario, en el que se representó la pieza, encaja perfectamente con las dimensiones reales de una celda, oscura y fría, igual que tenebrosas y turbias aparecen las prisiones, físicas y mentales. 

Secundariamente, los matices de blancos y negros que inundan la obra, junto con el tono de voz de Josselin, se entretienen a destiempo, como si fueran dos espejos mirándose de reojo, tanto más que, la mezcla poderosa que se genera, promueve y enfatiza la participación del público, quien empatiza con el protagonista hasta profundizar en las telarañas más inusitadas de su alma.

La contrariedad de Oscar Wilde, dirigida a su ser amado, se convierte aquí en carta abierta a la sociedad de la época, con el afán de denunciar y hacer patente tanto la desestimación como la desconsideración a raíz de una condición subjetiva propia de su individualidad. 

Al respecto, no es baladí destacar la función dominante que desempeña la camisa beis de Girard, la única prenda luminosa en la sala, a la hora de plasmar la ascensión del espíritu del autor.  

En un vórtice infernal, el descenso de la identidad social de Wilde se corresponde, en el pequeño teatro de Francia, con su elevación más auténtica y grandiosa, cuando la voz del actor se levanta rebelándose, o revelándose, contra las vejaciones padecidas. 

Al mismo tiempo, es menester recalcar que, el decorado escueto del espacio alambicado que rodea al actor en escena, refleja la carencia de ornamentos identitarios en la vida de Wilde, socialmente relegado al margen de una cotidianidad detrás de las rejas, físicas y mentales. 

En tercer lugar, el movimiento corporal de Josselin, acentuado por su mirada, clavada en los ojos de la audiencia, redefine, desde una perspectiva desobediente, el concepto de sufrimiento. 

A este propósito, el libro que acompaña a Girard a lo largo de toda la función, podría remitir al acercamiento de Wilde con la religión o, también, al poder terapéutico de la escritura, cuya importancia reside en la superación del dolor, a través de la descodificación de la ruindad existencial.

Es por eso que, la grandeza del texto de Wilde ha tenido la facultad de repercutirse en el presente, encerrando hoy una fuerte dicotomía entre la influencia social y la percepción individual, en contextos nuevos e inéditos, que, de muchas maneras, siguen acechando el descubrimiento, y el florecimiento, de la libertad personal, en el marco de las conciencias colectivas. 

Para finalizar, como el arte surge de las cenizas del sufrimiento humano, y recordando lo que Jorge Luis Borges amaba aseverar, acerca de las relecturas de toda pieza literaria, una de las interpretaciones más sugestivas de la obra se dará el próximo 3 de octubre en la Ciudad de México, en el Foro del Centro Universitario de Teatro.

¡¡¡NO SE LAS PIERDAN!!!

Créditos:

Philippe Hanula (2021)